Compartimos un extracto de la obra Arte, Mente y Cerebro por Howard Gardner sobre la edad de oro para el dibujo en los niños. Entre los cinco y siete años, la mayoría de los niños de nuestra sociedad logran una notable expresividad en sus dibujos. Habiendo aprendido ya a dominar los procedimientos básicos del dibujo y a producir semejanzas aceptables, continúan ahora realizando trabajos que son vividos, organizados y casi invariablemente agradables. Se tiene la impresión de que el niño se está expresando directamente a través de su dibujo que cada línea, forma y diseño transmiten los sentimientos interiores, así como los temas explícitos, contenidos en su intento por comprender el mundo.
También se da a esta edad, quizá por primera vez y a veces por última, una transacción fácil y natural entre distintos medios. El niño canta mientras dibuja, baila mientras canta, relata historias al tiempo que juega en la bañera o en el jardín. En lugar de permitir que cada forma artística progrese con relativa independencia de las demás, los chicos pasan con desenvoltura, y hasta con entusiasmo, de una forma a otra, las combinan o las oponen entre sí. Comienza así una etapa de sinestesia, un período en el cual, más que en ningún otro, el niño efectúa fáciles traducciones entre distintos sistemas sensoriales, en que los colores pueden evocar sonidos y los sonidos pueden evocar colores, en que los movimientosde la mano sugieren estrofas poéticas y los versos incitan a la danza o al canto.
Este estallido de actividad artística en el umbral de la etapa escolar constituye a mi entender el hecho (y el enigma) central del desarrollo artístico. Se puede hablar, sin exageración, de un florecimiento de las aptitudes durante este período. ¿Pero debemos por esto concluir que el niño de cinco, seis o siete años es un pequeño artista?
Muchos han respondido afirmativamente a esta pregunta, por encontrar en el arte infantil los antecedentes esenciales de la posterior maestría artística. Partiendo de los criterios educativos de Rousseau, algunos profesores de arte, como Herbert Read 150 ARTE, MENTE Y CEREBRO, han visto en los años de la infancia un período de oro del desarrollo artístico, una etapa que puede desvanecerse con rapidez y que los docentes y los padres tienen la responsabilidad de alentar.
Pero existe otro punto de vista menos romántico, del que participarían muchos psicólogos influidos por Piaget. Según esta perspectiva, las obras infantiles, por atractivas que resulten a un público experimentado, pueden representar algo muy diferente para el niño. Es posible que el niño se limite a concentrarse en el proceso de producir componentes -sean éstos las líneas de un dibujo o las notas de una tonada— sin tener mayor interés por el producto resultante. Quizás esas formas que tanto nos complacen no sean más que afortunados accidentes. En efecto, puede ser que los chicos no tengan ninguna opción al respecto sino que se sientan compelidos a producir lo que producen, en cuyo caso sería erróneo atribuir significación artística a sus productos finales.
Para resolver estos puntos, que son centrales a todo análisis del arte infantil, debemos examinar primero algunos dibujos realizados por niños de dotes normales, pertenecientes al grupo de edad mencionado y demostrar cuáles son su espíritu y su vitalidad particulares.
Como casi todos los varones (y muchas niñas) que pasan la mañana del sábado ante la pantalla del televisor, mi hijo Gerardo se convirtió en fanático admirador de los superheroes poco antes de ingresar en la escuela primaria. Tras haber visto un episodio especialmente emocionante de “Batman”, realizó su primer intento de dibujar a uno de sus héroes. Anteriormente, su repertorio se había limitado a las figuras humanas con forma de estaca o de renacuajo. Ahora, contando apenas cuatro años y medio de edad, Gerardo dibujó a Batman con un cuerpo pentagonal, dos piernas salientes, una ancha capa asomándose a cada lado y la familiar cabeza de orejas puntiagudas.
En los días siguientes mostró una verdadera obsesión por dibujar a Batman. Diariamente, al volver de la escuela, se apresuraba a emprender nuevos esfuerzos —con colores o en blanco y negro, con lápices o marcadores, en una hoja grande de papel o en una servilleta- para dibujar bien a Batman. Para el segundo día, copiando una figura impresa, había conseguido mejorar la forma de la capa e intentado reproducir los flecos del borde interior; la había separado del cuerpo del héroe, y también había procurado captar el emblema distintivo que Batman lleva en el pecho, asi como sus botas y pantalones (véase la figura 1). Dos días más tarde produjo todo un elenco de superhéroes, cada uno con su emblema, vestimenta y tocado característicos (véase la figura 2.)
Ahora Gerardo tenía el suficiente dominio de las formas como para poder dibujar cada figura con un número relativamente pequeño de trazos reconocibles; a la manera del dibujante comercial, había encontrado una fórmula, una especie de notación, un modo de retratar a los superhéroes que los hacía fácilmente reconocibles. La emoción y la aventura estaban sugeridas por los colores brillantes de sus trajes y, en un caso, por el dinámico contomo lineal con que había dibujado estos trajes. Pero la mayor parte de las veces, Gerardo se contentaba con alinear a sus héroes, uno al lado del otro, como en una fila de sospechosos a la espera de ser reconocidos en un cuartel policial.
La obsesión con Batman se prolongó por varios meses. Y entonces apareció la fantasía espacial, La guerra de las galaxias, que atrapó la imaginación de los niños de todo el mundo, incluído Gerardo. En este caso, la tarea de realizar dibujos alusivos implicaba un reto mayor, pues La guerra de las galaxias incluía muchos personajes que no eran seres humanos, y ni siquiera humanoides. Aun antes de ver la película, Gerardo trató de dibujar —y dominar— algunos de los personajes.
Más tarde, mientras dibujaba un cohete espacial en explosión, efectuó un primer intento de incluir una nave espacial de La guerra de las galaxias. A la siguiente semana, creó su primera composición enteramente referida a este tema. Debajo del título, retrató la “nave de los buenos”, el robot Artoo Detoo, la nave espacial, el héroe Luke Skywalker, y como para equilibar las fuerzas del bien, también dibujó al villano Darth Vader y a la “nave de los malos” (figura 3). (p. 149)
Gardner, H. (1997). Arte, Mente y Cerebro p. 149